lunes, 16 de noviembre de 2009

el ser en el mundo: por los derechos de los animales

Reflexión ética sobre los derechos animales:

"Si el bien no es común, entonces no es un bien verdadero". Cecilia Salinas

Comprender y asumir los derechos de los animales como parte de la vida cotidiana es menos complejo de lo que parece. Sin embargo, cada vez que se anuncian los tres derechos básicos: vida, libertad y trato sin crueldad, comienza un sinnúmero de objeciones, la mayorí­a enmarcadas en el velo de una simplista visión antropomórfica del mundo, que ha sido en gran medida la que nos ha llevado a la acelerada destrucción del medio ambiente.

Los seres humanos les hemos otorgado a los animales obligaciones crueles y absurdas, a tal punto de convertirlos en mercancí­as. Hemos lucrado con la muerte y el dolor de manera irresponsable y egoí­sta: todo animal no humano es discriminado por ser distinto (especismo), lo que les excluye del goce de cualquier tipo de derecho. Se argumenta que la supremací­a del ser humano sobre las especies está justificada en la razón, pero si esto fuera cierto, la deforestación, el sobrecalentamiento global y las millones de especies en extinción no serí­an una realidad inminente, y en algunos casos, irreversible. Si la razón conduce al bien o a la verdad, entonces no la hemos utilizado al hacerle el mal a los animales, pues al dañarlos recí­procamente nos hemos dañado. Literalmente hemos eliminado la vida a cambio de industrias y un montón de necesidades insulsas, el saldo refleja la muerte pero no la agoní­a. No hay acto que dé cuenta de ese simio que fue separado de sus padres asesinados a machetazos, no hay sombra del coyote que hambriento vio morir a su manada en un hábitat cada vez más reducido e inhóspito, ni tampoco existe el eco de todos los animales masacrados en las industrias cárnicas y peleteras.

Nuestro comportamiento evoca la enajenación de una especie que ha olvidado su relación con el mundo. El ser no está solo -como señala Heidegger- es un "ser en el mundo", es decir, no sólo ocupa un lugar en él sino que también forma parte activa de él. La responsabilidad de habitar en el mundo debe contemplar al otro, pero ni siquiera somos capaces de sentir afinidad con aquellos que poseen un sistema nervioso central como garantí­a de estí­mulos nerviosos, y por ende, de dolor.

Si la fundamentacion de la ética debe estar replanteándose constantemente -como señala Luis Villoro: "las creencias deben ser constantemente cuestionadas", nada nos deberí­a impedir reconsiderar al otro, a ese al que hemos nulificado, al esclavo, al diferente, porque hoy más que nunca merece la mirada atenta.

Ahora bien, si lo que ha primado en el hombre es la carencia de razón a cambio de un mundo que exige con apremio la inmediatez, entonces la pregunta por el ser en el mundo ha quedado desplazada. Los valores que definen al hombre lo han destruí­do, pues en busca de comida ha devastado selvas para que pasten animales domésticos y almacena cadáveres (de los cuales sólo se consumirán menos de la mitad) en refrigeradores que consumen enormes cantidades de energí­a eléctrica (sobrecalentamiento global). El ser humano ha hecho de su hábitat un almacén de basura, muerte y pobreza, donde los ricos son cada vez más ricos y los pobres a su vez más pobres. Pareciera que lo importante no es construir un hábitat sino destruirlo.

Para comenzar a ser en el mundo, debemos respetar los tres derechos básicos de los animales: omitir alguno o hacer excepciones invalida la construcción y nos lleva a caminos erróneos. Si tomamos como referencia a Kant - que coteja el carácter universal de la bondad o la maldad de una acción- veremos el sentido de la propuesta anterior: si una acción es mala, lo es bajo cualquier circunstancia. Aceptar una excepción -en este caso, en los derechos animales- implicarí­a aceptar las condiciones del mundo en la determinación de la voluntad, y por lo tanto la heteronomí­a de la ley moral (si está mal mentir no vale ninguna mentira, ni la mentira piadosa ni la mentira como algo necesario para evitar un mal mayor). Siguiendo con Kant, "el deber por el deber" implica que debemos actuar conforme a lo que hemos acordado que es bueno, pero no sólo para la especie humana. Si nuestra satisfacción está en llevar la piel de un animal, un abrigo de lana, asistir a un espectáculo circense o taurino o experimentar con animales, entonces estamos anteponiendo nuestro dominio especista.

de: http://www.animanaturalis.org

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